La cultura es la llave de la libertad. En otros tiempos, al
decir su nombre se afilaban sables, rodaban cabezas, se quemaban
libros, se cosían labios.
Conseguir que los pueblos sean cultos, llenarlos de ideas,
de preguntas, de imágenes, de partituras, es abrir las alamedas para que por
ellas transiten los hombres y mujeres soberanos.
Ahí está el peligro, ahí está la esencia de la subversión.
Las personas que dedicaron sus vidas a cualquiera de sus oficios,
asumieron que su trabajo era un desafío contra la moral o la política.
Levadura o lluvia.
El sistema, para vaciarnos de humanidad y por consiguiente de rebeldía,
pretende alejarnos de las letras, de las ideas, porque asume, como lo hicieron
antes, que un pueblo instruido es un pueblo en pie que no claudica.
Hacer propaganda de lo zafio, de lo vulgar, es su máxima.
Doctos personajes que crean al dictado de los amos, cómplices asalariados que
llenan de mierda los teatros, las bibliotecas, las exposiciones.
Y así las cosas, en los márgenes de esta realidad, la cultura agoniza, como
agoniza la libertad.
El deseo de saber, de explorar, de dudar, de imaginar, vive un exilio
siniestro. Para que no rompamos las cadenas lo mejor es que no
sepamos que las llevamos puestas.
Por esto pienso que los que nos dedicamos a esto de una u otra forma, tenemos
hoy más que nunca la responsabilidad de continuar cantando, aullando, aunque
sea complicado hacerlo, porque en tiempos terribles es cuando más falta hacen
las llaves que abren de par en par las puertas de otros mundos posibles.
Silvia Delgado Fuentes.