jueves, 8 de octubre de 2015

A los hombres futuros.



I
Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle
¿lo encontrarán sus amigos
cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida
Pero, creedme. es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
[estaría perdido).
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia.
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

II

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

III

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia. 
"


Bertolt Brecht, Poesías escritas durante el exilio.




martes, 6 de octubre de 2015

CUSTODIA DE PLATA SOBREDORADA. SIGLO XVII.


Una de las pocas joyas de orfebrería que conserva nuestra Iglesia Parroquial de San Pedro Apóstol es la custodia de plata del siglo XVII, obra del platero Jerónimo de Morales en la que participó el arquitecto Juan de Aranda. Conservamos en el Archivo Histórico Provincial de Jaén la escritura por la que Jerónimo se compromete a hacer este trabajo para antes de mayo de 1637. Y, efectivamente, en la custodia reza esta inscripción: "Año de 1637. Se acabó con la limosna de la Villa del Castillo, siendo mayordomo P. Fernández de Santisteban".
1637, 11 de febrero: Custodia de plata sobredorada para Castillo de Locubín.
Jerónimo de Morales, platero, otorga que se obliga a hacer una custodia de plata sobredorada en la forma que está dibujada en un pliego de papel y firmada de él y de Juan de Aranda Salazar, la cual ha de pesar hasta 22 marcos de plata, poco más o menos, y la ha de estar hecha y acabada en toda perfección para el primer día de mayo del presente año de 1637, y la entregará para la cofradía del Santísimo Sacramento de la villa del Castillo de Locubín, en concreto, a Pedro Fernández de Santisteban, su mayordomo. Se le ha de pagar por cada marco la cantidad que Juan de Aranda concertare, que no excederá de los 67 reales de vellón por cada marco de oro y henchura (un marco es igual a media libra o 230 gramos). A cuenta recibe de Juan de Aranda, por poder que le tiene dado el mayordomo, 400 reales en vellón.
Juan de Aranda, que se haya presente, acepta la escritura de esta custodia de plata, que no ha de exceder de 22 marcos de peso (un poco más de 5kgs)
(AHPJ. Legajo número 1.467. Salvador de Medina. Folios 20 y 23).
Rafael Galiano Puy: Datos para una biografía del arquitecto Juan de Aranda Salazar
(1590?-1654). Elucidario Nº 3 (Marzo 2007). Págs. 355 a 379.


Procesión del Corpus por la calle Collados. Junio de 1960. Imagen de mi archivo fotográfico.

Moisés Gallardo Pulido.

viernes, 2 de octubre de 2015

EL CAPITÁN MARTÍN DE ARTIAGA Y LA FUNDACIÓN DEL HOSPITAL DE LA MADRE DE DIOS.


El capitán Artiaga (o Arteaga, apellido de origen vasco), ilustre caballero vizcaíno natural de Osuna(Sevilla), fue regidor de la Ciudad de Alcalá la Real entre 1568-1574.Renuncia en su cuñado Pedro de Rueda. Hijo y nieto de Hidalgos y caballeros de Alcalá. Casado con Doña Isabel de Leyva y Aranda1. Destacó en la lucha contra la sublevación morisca, La Guerra de las Alpujarras. Momentos antes de partir hacia Granada, agosto de 1570, dejó hecho testamento donde se incluye la cláusula de fundación del Hospital de la Madre de Dios "para curar en él a los pobres enfermos naturales y extranjeros que obiere en esta villa, y a ella vinieren, e no a los tales sanos porque entre ellos hay mucha gente desvergonzada y de mal vivir, y estos tales no quiero que gocen de refugio del dicho Hospital, sino de los pobres enfermos".

En la imagen podemos apreciar el escudo de Martín de Artiaga, situado a la derecha de la entrada de actual a nuestro Ayuntamiento, antiguo Hospital.

Quisiera agradecer a al historiador y académico F. Martín Rosales la ayuda e información recibida sobre este personaje tan importante en la historia de Castillo de Locubín. A continuación, damos a conocer la transcripción del testamento. Se trata de una copia de mediados del siglo XIX que realizó el abogado José Parera Rico, cuyo original forma parte de mi archivo personal.



TESTAMENTO DE MARTÍN DE ARTIAGA. AÑO DE 1570.

Cabeza del testamento.

En el nombre de Dios todopoderoso y de la gloriosa siempre virgen Nuestra Señora Santa María su bendita Madre, con todos los Santos y Santas de la Corte Celestial; notorio e manifiesto sea a todos los que la presente vieren como yo Martín de Arteaga, Regidor, vecino que soy de la noble y mui leal ciudad de Alcalá la Real, llave, guarda e defendimiento de los Reynos de Castilla, otorgo y conozco y Digo: Que por cuanto yo voy al Servicio de Dios Nuestro Señor y de S. M con la gente que S. M. manda levantar de la dicha ciudad de Alcalá y de esta villa del Castillo para la guerra del Reyno de Granada, y no se lo que nuestro Sr. sera servido de disponer de mi en la dicha jornada; por tanto por la presente mando, quiero, y es mi voluntad que si nuestro Sr. fuere servido de disponer de mi en la dicha jornada, mi cuerpo sea traído a la Iglesia de San Pedro Apóstol de esta dicha villa en la cual quiero que esté depositado el entretanto que se hace una capilla en la dicha Iglesia en la parte que la dicha Doña Isabel, e yo tenemos tratado, que es encima de la Capilla donde al presente se sienta Doña Úrsula de Aguilar porque de allí cara arriba hacia la Capilla de Bernardo de Aranda el me hizo merced por mandado del Sr. D. Diego Dávila, Abad de esta Abadía, la cual mando que se labre y aderece a costa de mis bienes y de la dicha Isabel mi mujer, para lo cual yo mando que mis Albaceas adjudiquen de la renta de mis bienes y de la dicha Doña Isabel treintamil maravedís de renta en cada uno año para un Capellán que diga Misa en cada un día para siempre jamás por nuestras ánimas, e de nuestros difuntos, la cual dicha renta quiero que si yo falleciere en la dicha jornada se haga e compren los dichos treintamil maravedís de la dicha renta para el dicho Capellán en los mejores e más bien parados que a la dicha Doña Isabel e a las demás personas que yo declare por este mi Testamento les pareciere, y para ello quiero y es mi voluntad se guarde la orden que yo señalaré por este mi testamento.

Cláususa de fundación.

Quiero y es mi voluntad que por que la dicha Doña Isabel mi mujer, e yo tenemos platicado entre nosotros de fundar de mis bienes e suyos un Hospital a honor y reverencia de Dios nuestro Sr. y de su bendita Madre, el cual siendo nuestro Sr. servido ha de ser en las casas en que de presente vivimos, por tanto, mando que todos mis bienes los tenga en sus días la dicha Doña Isabel mi muger, no casándose segunda vez, la cual goce de los furtos de los dichos mis bienes, e suyos con que de ellos compre los dichos treinta mil maravedís de renta que yo quiero sea paquien a la dicha Capellanía, la cual yo quiero que se funde en la dicha Iglesia de Sr. San Pedro desta dicha villa para que el Capellán o Capellanes que la tubieren digan cada un día Misa por nuestras Ánimas de los días y festividades con que se digeren y demás compre de las dichas rentas si vastaren una heredad que quede vinculada para que de la renta de ella se digan e celebren en la dicha Yglesia las fiestas de Nuestra Señora, que son nueve las mas principales de las fiestas de nuestra Señora y la fiesta de Sr. San Juan Bautista y la fiesta de S. Miguel Arcángel en los días que cada fiesta cayere, o en su octava por las cuales se paguen la limosna acostumbrada: y si por caso no vastaren las rentas de los dichos nuestros bienes para comprar la dicha renta de Capellanía, y memoria de fiestas, mando que se saquen de los principales della para comprar la dicha heredad, o sea de las que al presente poseemos, y porque como tengo dicho el Capellán o Capellanes de nuestra Capellanía ha de decir cada día misa del día no hago declaración en los días dellas; mas de que quiero que los Viernes sean las dichas misas de pasión, y las demás de los días y festividades que cayeren, con que los libre sean de Purgatorio; y para ello, y para que sea primero Capellán de la dicha Capellanía yo señalo desde luego a Juan de Artiaga que es un niño que la dicha Doña Isabel e yo criamos por amor de Dios el cual al presente tenemos en el estudio con el Sr. Bartolomé de Sigura, Clérigo y después del por que nosotros havemos criado a Juana y Polonia y las tenemos en nuestra casa, quiero y es mi voluntad que si las susodichas se casaren y tubieren hijos de legítimo matrimonio que el hijo que de la dicha Polonia quisiere ser Clérigo subceda en la dicha Capellanía el de la dicha Juana nuestra criada queriendo ser Clérigo como está dicho, y si por caso esto faltare subceda en la dicha Capellanía el Clérigo o Clérigos que los Patrones quel llame irán declarados quisieren, los cuales con voluntad de la dicha Isabel mi muger yo desde luego nombro a Pedro de Pineda, mi sobrino, a Luis Alfonso de Aranda, hijo del Señor Pedro de Aranda Escabias, mi cuñado y de Doña Francisca, su mujer, los cuales en fin de sus días no tiniendo hijos puedan por sus testamentos nombrar a quien ellos quisieren por Varones con que no salgan de nuestro linage porque esta es nuestra voluntad, y porque la heredad que ha de quedar vinculada para las fiestas que tengo declaradas han de ser cosa honorosa de manera quel posehedor de ella tenga aprovechamiento quiero, y es mi voluntad que las rentas de los dichos nuestros bienes o del principal de ellos se saquen ducientos y cincuenta ducados los cuales empleen en una heredad la más aprovechada que a la dicha mi muger, e a los demás pareciere, y de las rentas de ella se digan las dichas fiestas para siempre jamás, la cual dicha heredad tenga en sus días el dicho Luis Alfonso de Aranda, esto se entiende en fin de los días de la dicha Isabel, porque en sus días ella ha de gozar de todo y hacer decir las dichas fiestas auqnue la dicha heredad no esté comprada por que de presente ella, e yo las cumplimos; y si el dicho Luis Alfonso tuviere hijos legítimos ellos subcedan en la dicha memoria de mayor en mayor, prefiriendo los varones a las hembras, y si por caso el dicho Luis Alfonso no tubiere hijos de legítimo matrimonio en quien subceda la dicha memoria, mando que subceda en ella el dicho Pedro de Pineda, mi sobrino para la dicha orden él y sus herederos para siempre jamás, y para el hacer cumplir de las dichas fiestas que se han de decir en la Iglesia de Señor San Pedro, yo desde luego nombro y por Patrones a los Beneficiados que son o fueren de la dicha Iglesia; y porque después de nuestros días el dicho Capellán ha de decir por nuestras ánimas misa cada día es mi voluntad que después que la dicha nuestra casa estubiere adjudicada y fuere hospital como tengo dicho quiero y es mi voluntad quel tal Capellán sea obligado a decir misa en el dicho Hospital los días cada una semana para que los enfermos que en el estubieren, y gente que en el sirviere sean consolados, los cuales dichos díasn sean Viernes y Domingo para siempre jamás, y quiero y es mi voluntad que si el dicho Hospital que así se fundare de los dichos mis bienes, e de la dicha Isabel mi muger no acojan pobres sanos ni mendicantes, sino que solamente sea para curar en el a los pobres enfermos naturales y extranjeros que obiere en esta villa, y a ella vinieren, e no a los tales sanos porque entre ellos hay mucha gente desvergonzada y de mal vivir, y estos tales no quiero que gocen de refugio del dicho Hospital, sino de los pobres enfermos, los cuales en tiniendo salud los despidan del dicho Hospital para que den lugar a que entren otros que tengan de ello necesidad para los cuales haya camas, medios, y medicinas, y todo lo necesario para todo lo cual quiero y es mi voluntad que el dicho Hospital tenga renta en cada un año de mis bienes, y de la dicha mi muger sesenta mil maravedís por los cuales se gasten en el servicio y reparos del dicho Hospital con toda cuenta y razón de manera que nuestro señor sea dello servido, y los enfermos recivan caridadel cual dicho Hospital se funde con las demás condiciones que a la dicha mi muger, e los demás mis Alvaceas les pareciere juntamente con ella, o sea de la advocación de la Madre de Dios sy si por caso en esta dotación obiere alguna falta quiero que se enmiende con parecer de personas sabias y con consentimiento de la dicha Doña Isabel mi muger e que los enmendaren sean Teólogos y personas de buena vida y conciencia porque esta es mi voluntad que así se haga e cumpla.

Pie de testamento.

E revoco, e doy por ningunos todos los testamentos, mandas, codicilos que yo haya fecho antes de este por escrito o de palabra o en otra cualquier manera que quiero que no valgan salvo este que yo agora hago que quiero que se cumpla como en el se vé: en testimonio de lo cual otorgué la presente Escritura ante el escribano público e Testigos juro scriptos en cuyo registro lo firmé de mi nombre que es fecha y otorgada en la dicha villa del Castillo de Locubín a nueve días del mes de Agosto, año del nascimiento de nuestro Salvador Jesu Cristo de mil quinientos e setenta años, testigos que fueron presentes de al otorgamiento de esta Escritura llamados e rogados, García Espinosa, Pedro de Écija, e Mateo García de Herrera, e Antón Martínez de Vivoras e Cristóbal Ruiz Hidalgo, vecinos de la dicha villa del Castillo de Locubín. Martín de Artiaga. Ante mi: Pedro de Contreras, Escribano público.

MOISÉS GALLARDO PULIDO.

11. Doña Isabel de Leyva y Aranda, hija de D. Pedro de Aranda y Doña Guiomar de Esvavias y hermana del capitán Pedro de Aranda y Escavias contrajo matrimonio dos veces. La primera con el capitán Martín de Arteaga. No tuvieron hijos. Por fallecimiento de Artiaga dejaron muchos bienes, mandas y limosnas. Por su testamento una fundación de hospital para curar enfermos habilitando para ello sus mismas casas. Isabel, una vez viuda, contrajo matrimonio con el capitán Luis Álbarez de Sotomayor, hijo mayor de F. Álbarez de Sotomayor y de Juana Alarcón.

jueves, 1 de octubre de 2015

CASTILLO DE LOCUBÍN EN LA OBRA LITERARIA DEL ENGUERINO JOSÉ CIGES.

CASTILLO DE LOCUBÍN
EN LA OBRA LITERARIA DEL ENGUERINO JOSÉ CIGES.

Moisés Gallardo Pulido.





Hace un tiempo, consultando la página web de la Fundación la Sierra, me encontré con una referencia a nuestro pueblo en uno de los trabajos del escritor enguerino José Ciges Pérez titulado “Historia menuda de la Villa de Enguera1”. En dicho escrito el autor se refería a una historia de las guerras carlistas que acaeció en nuestro pueblo contada por uno de los personajes más pintorescos de la zona, Miguel, el “tío Cascos de Carabacín. Se trata del “Milagro de Castillo de Locubín”.

Pero antes de adentrarnos en el contenido del escrito quisiera dar algunas pinceladas sobre la vida y obra de este ilustre enguerino que, desde su instancia en Madrid, no dejó de recordar con nostalgia el pueblo que le vio nacer, sus calles, su plazuela, sus montes y sus gentes.

Pepe Ciges nació en Enguera a las 2:35 horas del día 7 de Julio de 1904. Fue el tercero de los cinco hijos del enguerino José Ciges Aparicio (hermano del célebre escritor Manuel Ciges Aparicio2) y la eldense Piedad Pérez Juan. Fueron sus abuelos paternos: Miguel y Mª Rosa, naturales y vecinos de Enguera. Y los maternos: Bonifacio y Mª Josefa, naturales y vecinos de Elda.

Una vez realizados sus estudios primarios y secundarios, estudió derecho en la Universidad de Valencia. Posteriormente ingresó en el Cuerpo Superior de Policía. El día 8 de Noviembre de 1934 contrajo matrimonio con la enguerina Concepción Marín Marín.

Al igual que su tío, Manuel Ciges, fue una persona de profundas ideas republicanas. Tras el golpe de estado contra el gobierno democrático de la Segunda República el 18 de julio de 1936 y la consiguiente guerra civil siguió fiel a sus ideales en pro de la democracia y la libertad. A causa de ello, una vez finalizada la contienda, fue encarcelado. Durante su estancia en la cárcel de Enguera (aparte del Penal de Chinchilla) se dedicó a escribir, dejando testimonio de su reclusión en sus “Romanzes”.

Tenemos constancia de que nunca fue rehabilitado en su puesto de trabajo. Pero, una vez libre, estuvo trabajando en la Cooperativa de Seguridad hasta su jubilación. Falleció el día 20 de octubre de 1974 en Madrid donde descansan sus restos.

Toda su obra pone de manifiesto una personalidad que desbordaba ironía, humor, sensibilidad además de su capacidad histriónica. Todos los que le conocieron afirman que fue una persona de una mente privilegiada, buen conversador, mejor comensal y muy querido por su bondad entre sus paisanos. Además de uno de los pocos escritores empeñados en que el habla enguerina se conservara y no se perdiera entre las nuevas generaciones de jóvenes. Aquel personaje alegre, divertido y expansivo–mezcla de Orson Welles, Edgar Neville y Agustín de Foxá–, fue, en definitiva, un enguerino apasionado por su tierra que, al final, no le supo acoger.

Si por algo se conoce a Pepe Ciges fue por su Romanzero Enguerino que, desvelado en parte por la circular A nuestros jóvenes –1944/58– y la revista Enguera –1958/75–, tiene un amplio y variopinto contenido. Destacar también sus incursiones en la poesía lírica, en la crítica literaria, en el humorismo y, por supuesto, en la evocación histórica de la que forma parte su Historia Menuda de la Villa de Enguera. Y si al tratar esta temática podía hallar algún hecho, matiz o anécdota que se refiriese, aunque fuera lejanamente, a su inolvidada Enguera, no desaprovechaba la ocasión y dejaba constancia de ello.

Debido a la marginalidad política que suponía haber seguido fiel a la República durante la guerra no comenzenzaron a conocerse sus dotes de escritor hasta finales de los años sesenta, fecha en la que se inicia una tímida apertura en el plano político. Fue entonces en aquellos años cuando podemos hablar de fechas de publicación que no de escritura. Al día de hoy no sabemos la cronología exacta de su Historia Menuda de la Villa de Enguera, de la que forma parte el escrito El Milagro de Castillo de Locubín. Aunque si podemos aproximarnos a la época en que pudo redactarlo. Por el tipo de letra de mecanografía del documento podemos afirmar que Ciges escribió dicha evocación histórica en años no posteriores a su última estancia carcelaria, esto es, entre finales de los años cuarenta y principios de la década de los cincuenta del pasado siglo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que su vocación por la literatura y las letras le venía de lejos, de su época de juventud, además de que en su familia existieron varios antecedentes. Tales fueron los casos de su tío Azorín, Manuel Ciges o su propio hermano Miguel.

A través de estas páginas locubinenses quisiera agradecer encarecidamente toda la ayuda prestada por el Patronato Fundación La Sierra(www.fundacionlasierra.org), que tan importante labor realiza en pro de la recuperación del patrimonio cultural y escrito del municipio de Enguera, así como la colaboración y asesoramiento de José Cerda para la elaboración de este artículo sin cuya ayuda me hubiera sido imposible.

Finalmente damos a conocer el escrito “El milagro del Castillo de Locubín” comenzando por las palabras finales de su Historia menuda de la Villa de Enguera:






(...) En esa HISTORIA MENUDA DE NUESTRA VILLA, irán saliendo caprichosamente, esos mil episodios que hemos vivido y que no recogerán las crónicas, pero que indudablemente están saturados de salsa enguerina. En nuestra historia no hay más método que el del azar. En el bombo de esta lotería se agitan mil historietas. ¡Va bola, señores! Atención, aquí tenemos ya la bolleta de hoy, que podríamos titular, “El Milagro del Castillo de Locubín”, tal como se lo oímos contar un día a un viejo alizon3 tan famoso y célebre como el tío “Cascos de Carabacín”.



EL MILAGRO DEL CASTILLO DE LOCUBÍN.

Ya somos lo suficientemente viejos para poder decir: “Esto ocurrió hace más de cincuenta años...”. En aquella época, después de larga ausencia, recaló en el pueblo, el tío “Cascos de Carabacín”, como esas viejas embarcaciones que castigadas por el temporal buscan refugio en alguna escondida ensenada para defenderse de los embates de las olas.

Cascos de Carabacín era un tipo pintoresco del que se contaban muchas cosas. Rafael Borja, que era un archivo viviente, me suministró una anécdota de este hombre que en su juventud debió ser bastante pincho y currucato. Siendo fadrinet4, dicen que curruqueaba a una de las hijas del tío Culandero, persona en aquel entonces de las pudientes de la Villa. Y la gente le sacó punta a este enamoramiento con un supuesto diálogo entre el padre y el hijo.

PADRE.- “Miguelico, m´han dicho que te casas. ¿Con quién, con quien....?

HIJO.- “Con la hija del Culandrón...”

PADRE.- “Me gusta, me gusta, que ixa es de las en´tienen muncho que cerner... Pos mira, como te ajuntes con ixos5 ricachones, el papá te mercará una camiseta nueva con dos bolsellitos...”.

HIJO.- “¿Y pa qué dos buchacas?”.

PADRE.- Una pa los menudos, y la otra p´al relor...

No sé por qué “le sacaron” de apodo CASCOS DE CARABACÍN, pues si con ello querían aludir a sus pocas entendederas, erraban con mucho los que lo hicieran, pues era hombre de ingenio y de excelente humor. Quiero recordar que era familia de los Micós, y como todos ellos, era alto y bien proporcionado, dando con ello a entender a las claras que no descendía de Cachorros o Perrones.

Cuando nosotros lo conocimos, era arrendatario de los puestos del mercado, que sacaba a subasta el Ayuntamiento. Yo sabía que al mediodía habían que retirar los mostradores de la plaza y esta faena la realizaba el tío Cascos personalmente, y mientras recogían los vendedores más rezagados que unos días era Chapin y otros el Salero, o los estubeñeros de los tomates, el tío Cascos solía hacer tertulia ante el puesto de Jaime el Churrero, en el que nunca faltábamos una corte de clientes aficionados a jugar a sacar dátiles “a la punchaeta”6.

Un día, Cascos de Carabacín, que solía ser ocurrente espectador de nuestros juegos, se mostró retraído y un tanto caviloso.

- “Que, ¿qué le pasa que está muy triste hoy?”, díjole alguno.

Cascos de Carabacín siguió tratando de sacar chispas de su encendedor de pedernal para encender el cigarrico que acababa de plegar. Y después de encenderlo dejó escapar un profundo suspiro, dirigiendo su mirada sentimental hacia un punto indeterminado del espacio.

- “¿Qué le pasa algo malo?”, preguntole el churrero.

- No; (dijo el tío Cascos, como volviendo en sí). Me estaba acordando de lo que en tal día como hoy, vi pasar en el Castillo de Locubín...

- “¿Ande dice?”, dijo alguien que jamás había oído hablar de semejante fortaleza.

- “En el Castillo de Locubín, un pueblo de la provincia de Jaén...”.

El episodio empezó a interesarnos a todos los presentes y le invitamos a que lo contara. Es lo que tío Cascos de Carabacín esperaba para dar rienda suelta a su jocunda fantasía.

- “Va a ser cuando la Guerra carlista...”.

- “¡Caray, pos sí que se ha puesto usté tierno...!

- “¡Qué sabéis vosotros lo que va a ser aquello...!.

- “Cuente, cuente, no haga caso...”

- “Va ser cuando los Carlistas. Las levas se van a llevar a la guerra a toa la juventud, y en el pueblo no van a quedar na mas que los chiquetes, los agüeletes y las mujeres. Pa defender el pueblo contra los ataques de los liberales no se podía contar con los crianzos, ni tampoco con los agüelos, porque toos estaban para sopetas y buen vino. Y si es las mujeres, no estaban en condiciones de empuñar las armas entre otras razones porque habían sido requisas las pocas escopetas de pisto que en´dhavía....”

El caso era, que había corrido el rumor de que los liberales pensaban atacar al pueblo de madrugá. ¡No queráis ver la que se va armar! Las mujeres se van a tirar a la calle plorando a moco tendido demandando oxilio al único fadri terne7 que va quedar en el pueblo, que no era otro que el retor.

Era éste un hombre sereno y campechano. Y asina que va ver la plaza de la Iglesia anegá por los ploros de tanta gente acobardá, en tres camellas se va plantar en lo alto del campanario y después de demandar silencio va dir:

- “¡Mujeres de Locubín...!. ¡No apurarse! ¡Sursum corda8...!. Un gran peligro nos amenaza, es cierto. Mas no hay que desesperar y tener fe que el Nuestro Señor del Cielo no nos puede abandonar en manos del enemigo. Pidamos al Señor que nos ilumine para conjurar este peligro...”

Y después de hincarse todos de rodillas dirigiendo la mirada a la Altura, rezaron una oración, y el cura después de soltarles unos cuantos miserenobis, volvió a decirles:

- “¡Fe y confianza! Estad tranquilas. Un mensaje del Cielo me acaba de llegar y os digo que no pueden los liberales conseguir su propósito. Solo os pido una cosa. ¡Obediencia!. Decidme.- ¿Estáis dispuestas a acatar mis órdenes sin titubeos?

- “¡Siiii!”, exclamaron las mujeres congregadas al unísono.

- “Entonces, marchemos todos hacia el Castillo para defender desde allí el pueblo para que no caiga en manos enemigas”.

Allá fueron todos los habitantes del pueblo. Y antes que las primeras luces del alba disipasen las negruras de la noche, el Castillo de Locubín, estaba estratégicamente ocupado y cada mujer en su sitio dispuesta a dar la vida. El cura, andaba de un lado a otro cuidando de ultimar los detalles precisos para la más eficaz defensiva. Las primeras claras del día iban perfilando el contorno de lomas, peñas y árboles.

Un profundo silencio dejaba percibir claramente los primeros trinos de la alondra. El cura transmitía las últimas consignas en voz queda para que el rumor no pudiera llegar al enemigo.

-“¿Preparadas? ¡Atención a mis órdenes! ¡Obedeced sin titubear...!”

Algunas mujeres no podían ocultar su escepticismo:

- “¿Pero cómo nos vamos a defender si no tenemos un arma?”.

- “¡Obedeciendo!”.

Ya por fin el sol asomó su roja faz tras las montañas. Sonaron vibrantes clarines anunciando el ataque y una tromba de furibundos guerreros inició la escalada hacia el castillo. Ya se percibía el fragor del incipiente combate, cuando el Cura, dio la orden conminatoria:

- “¡Batallón...., todas de espaldas!”.

Las mujeres obedecieron de consuno. Y otra vez sonó la voz de mando:

-“Batallón... ¡FALDAS ARRIBA Y CULOS EN POMPA...!”

Las mujeres ejecutando la orden ofrecieron al enemigo una imponente teoría de nalgas exuberantes. El movimiento fue rápidamente captado por el General enemigo que observaba el ataque con un largo catalejo, y ordenó retirada mientras decía:

- “¡Carianchos, con bigote, tropa vieja! ¡Atrás, atrás...!”

Cundió el pánico en las filas atacantes y volvieron la espalda poniendo pies en polvorosa, mientras en el Castillo de Locubín sonaban gritos de victoria.

- “¡Alabí, alabá! A la bim bom bá. ¡El cura, el cura, el cura y nadie más...!”.

José Ciges Pérez.




1.La localidad de Enguera, de cerca de 6000 habitantes, se encuentra situada al suroeste de la provincia de Valencia. Situada en las estribaciones de la sierra a la que da nombre tiene unos 318 m de altitud sobre el nivel del mar y una extensión de 240`25 kilómetros cuadrados. Forma parte de la comarca La Canal, geográficamente en el Macizo del Caroche, formando una zona de transición montañosa entre los sistemas Ibérico y Penibético. Los pilares básicos de su economía son la agricultura y en menor medida la industria y el sector servicios. En los últimos años ha adquirido especial relevancia el cultivo del olivar.

Si por algo se distingue este municipio es por su habla: un particular castellano influido por el aragonés y el valenciano siendo acusada la presencia de este último en el léxico enguerino.
En cuanto al patrimonio cultural y monumental de Enguera destacar la Iglesia de San Miguel Arcángel, el convento de carmelitas descalzos, la casa de cultura “Manuel Tolsá”, las ermitas de San Antonio de Padua y San Cristóbal, la fuente de la Plaza, las pinturas rupestres del “Charco de la Pregunta”, el poblado íbero del Cerro de Lucena, el puente y calzada medieval junto al castillo de la Encomienda.

2. Manuel Ciges Aparicio (Enguera, 1873- Ávila, 1936). Fue un escritor, periodista y traductor español. Se casó con Consuelo Martínez Ruiz, hermana de Azorín; de esta relación nacería el actor Luis Ciges en 1921. De ideología republicana y amigo de Manuel Azaña denunció en la prensa la corrupción oligárquica y las manipulaciones políticas del sistema canovista de la Restauración. Colaborador, redactor y director de varios periódicos. Además de la tetralogía donde narra su instancia en la guerra colonial de Cuba escribió una serie de novelas donde refleja el naturalismo, la España rural, mezquina, analfabeta, empobrecida y miserable. Obras como El vicario (1905), donde trasciende todo anticlericalismo para revelar la figura de un sacerdote preocupado realmente por las responsabilidades del hombre en sus aspectos materiales y terrenales, prefigurando el San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno, o La romería (1910) y Villavieja (1914), donde se ponen de manifiesto la brutalidad de una sociedad analfabeta y corrompida.

Como colaborador de “Vida Nueva” se trasladó a la zona minera de Mieres para informar a cerca de la represión que siguió a la huelga de 1906. Durante su estancia en dicho lugar escribió su novela “Los vencedores” donde realiza una crítica a las distintas clases sociales de la villa y, en especial, a la familia Gilhou, propietaria de la fábrica de Mieres, en cuyas minas se había desatado el conflicto. Como consecuencia de todo ello fue perseguido y amenazado por el llamado “gabinete negro”, teniendo que abandonar la región. Poco después escribió “Los vencidos”. Otras producciones importantes fueron: El juez que perdió la conciencia (1925), Circe y el poeta (1926), Joaquín Costa: El gran fracasado (1930), Los caimanes (1931) y, en 1932, el estudio histórico España bajo la dinastía de los Borbones, 1701-1931. Militante de Izquierda Republicana fue persona de confianza de d. Manuel Azaña. Estuvo de gobernador civil de Baleares durante los primeros años de la República, donde destacó persiguiendo la piratería y el contrabando. En 1935 cambió su puesto de gobernador civil en Baleares por el de Santander y luego por el de Ávila donde murió fusilado a primeros de agosto de 1936 por los sublevados.

3. En español al alizón se le llama “cerraja”. Y su nombre técnico en botánica es “sanchus oleraceus”. Una hierba muy conocida y abundante en la comarca de la zona, hallándose tanto en los bancales como en las orillas de los caminos. Los entendidos saben que existen varias clases de alizones y que algunas especies son comestibles e, incluso, pueden tener propiedades medicinales a través del “agua de cerrajas”. Son buen alimento para las caballerías y también para los conejos. Se reconocen fácilmente en que son plantas compuestas de tallo hueco y ramoso, hojas jugosas y flores amarillas.

En la parla enguerina usan esta palabra para distinguir una especial forma de ser de sus habitantes, algo propio de su cultura y de su comportamiento. Y califican todo ello de alizonenco.

4. Es diminutivo de fadrí, que significa soltero. En consecuencia diríamos “solterito”, en sentido cariñoso.
5. Esa, esos....

6. Se refiere a la pericia de los niños para coger algún dátil confitado mediante una treta; por ejemplo, mientras atendía a uno y el resto producían algarabía, un tercero, provisto de algún instrumento largo y punzante, trataba de pinchar y sacar provecho de alguna de las chucherías que llevaba el tío Jaime.
7. Algo parecido a soltero anciano obstinado.

8. Expresión latina de la liturgia católica que viene a significar algo así como “levantemos nuestros corazones”.