CASTILLO DE LOCUBÍN
EN LA OBRA LITERARIA DEL
ENGUERINO JOSÉ CIGES.
Moisés Gallardo Pulido.
Hace un tiempo, consultando la
página web de la Fundación la Sierra, me encontré con una
referencia a nuestro pueblo en uno de los trabajos del escritor
enguerino José Ciges Pérez titulado “Historia menuda de la Villa
de Enguera”.
En dicho escrito el autor se refería a una historia de las guerras
carlistas que acaeció en nuestro pueblo contada por uno de los
personajes más pintorescos de la zona, Miguel, el “tío Cascos de
Carabacín. Se trata del “Milagro de Castillo de Locubín”.
Pero antes de adentrarnos en el
contenido del escrito quisiera dar algunas pinceladas sobre la vida y
obra de este ilustre enguerino que, desde su instancia en Madrid, no
dejó de recordar con nostalgia el pueblo que le vio nacer, sus
calles, su plazuela, sus montes y sus gentes.
Pepe Ciges nació en Enguera a
las 2:35 horas del día 7 de Julio de 1904. Fue el tercero de los
cinco hijos del enguerino José Ciges Aparicio (hermano del célebre
escritor Manuel Ciges Aparicio)
y la eldense Piedad Pérez Juan. Fueron sus abuelos paternos: Miguel
y Mª Rosa, naturales y vecinos de Enguera. Y los maternos: Bonifacio
y Mª Josefa, naturales y vecinos de Elda.
Una vez realizados sus estudios
primarios y secundarios, estudió derecho en la Universidad de
Valencia. Posteriormente ingresó en el Cuerpo Superior de Policía.
El día 8 de Noviembre de 1934 contrajo matrimonio con la enguerina
Concepción Marín Marín.
Al igual que su tío, Manuel
Ciges, fue una persona de profundas ideas republicanas. Tras el golpe
de estado contra el gobierno democrático de la Segunda República el
18 de julio de 1936 y la consiguiente guerra civil siguió fiel a sus
ideales en pro de la democracia y la libertad. A causa de ello, una
vez finalizada la contienda, fue encarcelado. Durante su estancia en
la cárcel de Enguera (aparte del Penal de Chinchilla) se dedicó a
escribir, dejando testimonio de su reclusión en sus “Romanzes”.
Tenemos constancia de que nunca
fue rehabilitado en su puesto de trabajo. Pero, una vez libre, estuvo
trabajando en la Cooperativa de Seguridad hasta su jubilación.
Falleció el día 20 de octubre de 1974 en Madrid donde descansan sus
restos.
Toda su obra pone de manifiesto
una personalidad que desbordaba ironía, humor, sensibilidad además
de su capacidad histriónica. Todos los que le conocieron afirman que
fue una persona de una mente privilegiada, buen conversador, mejor
comensal y muy querido por su bondad entre sus paisanos. Además de
uno de los pocos escritores empeñados en que el habla enguerina se
conservara y no se perdiera entre las nuevas generaciones de jóvenes.
Aquel personaje alegre, divertido y expansivo–mezcla de Orson
Welles, Edgar Neville y Agustín de Foxá–, fue, en definitiva, un
enguerino apasionado por su tierra que, al final, no le supo acoger.
Si por algo se conoce a Pepe
Ciges fue por su Romanzero
Enguerino que,
desvelado en parte por la circular A
nuestros jóvenes
–1944/58– y la revista Enguera
–1958/75–, tiene un amplio y variopinto contenido. Destacar
también sus incursiones en la poesía lírica, en la crítica
literaria, en el humorismo y, por supuesto, en la evocación
histórica de la que forma parte su Historia
Menuda de la Villa de Enguera.
Y si al tratar esta temática podía hallar algún hecho, matiz o
anécdota que se refiriese, aunque fuera lejanamente, a su inolvidada
Enguera, no desaprovechaba la ocasión y dejaba constancia de ello.
Debido a la marginalidad política
que suponía haber seguido fiel a la República durante la guerra no
comenzenzaron a conocerse sus dotes de escritor hasta finales de los
años sesenta, fecha en la que se inicia una tímida apertura en el
plano político. Fue entonces en aquellos años cuando podemos hablar
de fechas de publicación que no de escritura. Al día de hoy no
sabemos la cronología exacta de su Historia
Menuda de la Villa de Enguera,
de la que forma parte el escrito El
Milagro de Castillo de
Locubín. Aunque si
podemos aproximarnos a la época en que pudo redactarlo. Por el tipo
de letra de mecanografía del documento podemos afirmar que Ciges
escribió dicha evocación histórica en años no posteriores a su
última estancia carcelaria, esto es, entre finales de los años
cuarenta y principios de la década de los cincuenta del pasado
siglo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que su vocación por la
literatura y las letras le venía de lejos, de su época de juventud,
además de que en su familia existieron varios antecedentes. Tales
fueron los casos de su tío Azorín, Manuel Ciges o su propio hermano
Miguel.
A través de estas páginas
locubinenses
quisiera agradecer encarecidamente toda la ayuda prestada por el
Patronato Fundación La Sierra(www.fundacionlasierra.org),
que tan importante labor realiza en pro de la recuperación del
patrimonio cultural y escrito del municipio de Enguera, así como la
colaboración y asesoramiento de José Cerda para la elaboración de
este artículo sin cuya ayuda me hubiera sido imposible.
Finalmente damos a conocer el
escrito “El milagro del Castillo de Locubín” comenzando por las
palabras finales de su Historia
menuda de la Villa de Enguera:
“(...) En esa HISTORIA
MENUDA DE NUESTRA VILLA,
irán saliendo caprichosamente, esos mil episodios que hemos vivido y
que no recogerán las crónicas, pero que indudablemente están
saturados de salsa enguerina. En nuestra historia no hay más método
que el del azar. En el bombo de esta lotería se agitan mil
historietas. ¡Va bola, señores! Atención, aquí tenemos ya la
bolleta de hoy, que podríamos titular, “El Milagro del Castillo de
Locubín”, tal como se lo oímos contar un día a un viejo alizon
tan famoso y célebre como el tío “Cascos de Carabacín”.
EL MILAGRO DEL CASTILLO DE
LOCUBÍN.
Ya somos lo suficientemente
viejos para poder decir: “Esto ocurrió hace más de cincuenta
años...”. En aquella época, después de larga ausencia, recaló
en el pueblo, el tío “Cascos de Carabacín”, como esas viejas
embarcaciones que castigadas por el temporal buscan refugio en alguna
escondida ensenada para defenderse de los embates de las olas.
Cascos de Carabacín era un tipo
pintoresco del que se contaban muchas cosas. Rafael Borja, que era un
archivo viviente, me suministró una anécdota de este hombre que en
su juventud debió ser bastante pincho y currucato. Siendo fadrinet,
dicen que curruqueaba a una de las hijas del tío Culandero, persona
en aquel entonces de las pudientes de la Villa. Y la gente le sacó
punta a este enamoramiento con un supuesto diálogo entre el padre y
el hijo.
PADRE.- “Miguelico, m´han
dicho que te casas. ¿Con quién, con quien....?
HIJO.- “Con la hija del
Culandrón...”
PADRE.- “Me gusta, me gusta,
que ixa es de las en´tienen muncho que cerner... Pos mira, como te
ajuntes con ixos
ricachones, el papá te mercará una camiseta nueva con dos
bolsellitos...”.
HIJO.- “¿Y pa qué dos
buchacas?”.
PADRE.- Una pa los menudos, y la
otra p´al relor...
No sé por qué “le sacaron”
de apodo CASCOS DE CARABACÍN, pues si con ello querían aludir a
sus pocas entendederas, erraban con mucho los que lo hicieran, pues
era hombre de ingenio y de excelente humor. Quiero recordar que era
familia de los Micós, y como todos ellos, era alto y bien
proporcionado, dando con ello a entender a las claras que no
descendía de Cachorros o Perrones.
Cuando nosotros lo conocimos, era
arrendatario de los puestos del mercado, que sacaba a subasta el
Ayuntamiento. Yo sabía que al mediodía habían que retirar los
mostradores de la plaza y esta faena la realizaba el tío Cascos
personalmente, y mientras recogían los vendedores más rezagados que
unos días era Chapin y otros el Salero, o los estubeñeros de los
tomates, el tío Cascos solía hacer tertulia ante el puesto de Jaime
el Churrero, en el que nunca faltábamos una corte de clientes
aficionados a jugar a sacar dátiles “a la punchaeta”.
Un día, Cascos de Carabacín,
que solía ser ocurrente espectador de nuestros juegos, se mostró
retraído y un tanto caviloso.
- “Que, ¿qué le pasa que está
muy triste hoy?”, díjole alguno.
Cascos de Carabacín siguió
tratando de sacar chispas de su encendedor de pedernal para encender
el cigarrico que acababa de plegar. Y después de encenderlo dejó
escapar un profundo suspiro, dirigiendo su mirada sentimental hacia
un punto indeterminado del espacio.
- “¿Qué le pasa algo malo?”,
preguntole el churrero.
- No; (dijo el tío Cascos, como
volviendo en sí). Me estaba acordando de lo que en tal día como
hoy, vi pasar en el Castillo de Locubín...
- “¿Ande dice?”, dijo
alguien que jamás había oído hablar de semejante fortaleza.
- “En el Castillo de Locubín,
un pueblo de la provincia de Jaén...”.
El episodio empezó a
interesarnos a todos los presentes y le invitamos a que lo contara.
Es lo que tío Cascos de Carabacín esperaba para dar rienda suelta a
su jocunda fantasía.
- “Va a ser cuando la Guerra
carlista...”.
- “¡Caray, pos sí que se ha
puesto usté tierno...!
- “¡Qué sabéis vosotros lo
que va a ser aquello...!.
- “Cuente, cuente, no haga
caso...”
- “Va ser cuando los Carlistas.
Las levas se van a llevar a la guerra a toa la juventud, y en el
pueblo no van a quedar na mas que los chiquetes, los agüeletes y las
mujeres. Pa defender el pueblo contra los ataques de los liberales no
se podía contar con los crianzos, ni tampoco con los agüelos,
porque toos estaban para sopetas y buen vino. Y si es las mujeres, no
estaban en condiciones de empuñar las armas entre otras razones
porque habían sido requisas las pocas escopetas de pisto que
en´dhavía....”
El caso era, que había corrido
el rumor de que los liberales pensaban atacar al pueblo de madrugá.
¡No queráis ver la que se va armar! Las mujeres se van a tirar a la
calle plorando a moco tendido demandando oxilio al único fadri
terne
que va quedar en el pueblo, que no era otro que el retor.
Era éste un hombre sereno y
campechano. Y asina que va ver la plaza de la Iglesia anegá por los
ploros de tanta gente acobardá, en tres camellas se va plantar en lo
alto del campanario y después de demandar silencio va dir:
- “¡Mujeres de Locubín...!.
¡No apurarse! ¡Sursum corda...!.
Un gran peligro nos amenaza, es cierto. Mas no hay que desesperar y
tener fe que el Nuestro Señor del Cielo no nos puede abandonar en
manos del enemigo. Pidamos al Señor que nos ilumine para conjurar
este peligro...”
Y después de hincarse todos de
rodillas dirigiendo la mirada a la Altura, rezaron una oración, y el
cura después de soltarles unos cuantos miserenobis, volvió a
decirles:
- “¡Fe y confianza! Estad
tranquilas. Un mensaje del Cielo me acaba de llegar y os digo que no
pueden los liberales conseguir su propósito. Solo os pido una cosa.
¡Obediencia!. Decidme.- ¿Estáis dispuestas a acatar mis órdenes
sin titubeos?
- “¡Siiii!”, exclamaron las
mujeres congregadas al unísono.
- “Entonces, marchemos todos
hacia el Castillo para defender desde allí el pueblo para que no
caiga en manos enemigas”.
Allá fueron todos los habitantes
del pueblo. Y antes que las primeras luces del alba disipasen las
negruras de la noche, el Castillo de Locubín, estaba
estratégicamente ocupado y cada mujer en su sitio dispuesta a dar la
vida. El cura, andaba de un lado a otro cuidando de ultimar los
detalles precisos para la más eficaz defensiva. Las primeras claras
del día iban perfilando el contorno de lomas, peñas y árboles.
Un profundo silencio dejaba
percibir claramente los primeros trinos de la alondra. El cura
transmitía las últimas consignas en voz queda para que el rumor no
pudiera llegar al enemigo.
-“¿Preparadas? ¡Atención a
mis órdenes! ¡Obedeced sin titubear...!”
Algunas mujeres no podían
ocultar su escepticismo:
- “¿Pero cómo nos vamos a
defender si no tenemos un arma?”.
- “¡Obedeciendo!”.
Ya por fin el sol asomó su roja
faz tras las montañas. Sonaron vibrantes clarines anunciando el
ataque y una tromba de furibundos guerreros inició la escalada hacia
el castillo. Ya se percibía el fragor del incipiente combate, cuando
el Cura, dio la orden conminatoria:
- “¡Batallón...., todas de
espaldas!”.
Las mujeres obedecieron de
consuno. Y otra vez sonó la voz de mando:
-“Batallón... ¡FALDAS ARRIBA
Y CULOS EN POMPA...!”
Las mujeres ejecutando la orden
ofrecieron al enemigo una imponente teoría de nalgas exuberantes. El
movimiento fue rápidamente captado por el General enemigo que
observaba el ataque con un largo catalejo, y ordenó retirada
mientras decía:
- “¡Carianchos, con bigote,
tropa vieja! ¡Atrás, atrás...!”
Cundió el pánico en las filas
atacantes y volvieron la espalda poniendo pies en polvorosa, mientras
en el Castillo de Locubín sonaban gritos de victoria.
- “¡Alabí, alabá! A la bim
bom bá. ¡El cura, el cura, el cura y nadie más...!”.
José Ciges Pérez.