La peste de 1682.
A continuación damos a conocer un trabajo muy interesante sobre la peste de 1682, realizado por el historiador alcalaíno d. Francisco Martín Rosales.
Una de las más importantes epidemias que influyeron en
la comarca, concretamente en la villa del Castillo de Locubín, fue la peste que
se extendió desde Cartagena desde el año 1676. En la comarca, al principio,
afectó en el gran desembolso económico que suponía los preparativos,
prevenciones y colaboraciones con otras ciudades, y, la villa sufrió los
efectos mortales en 1682, que tuvo una gran trascendencia en la vida económica de
la comarca. Hubo necesidad de solicitar nuevas roturaciones de tierras para
afrontar todos los gastos que se produjeron relacionados con la peste y otros
muchos que se pueden concretar en la reedificación de casas y murallas, las
malas cosechas de años anteriores, la baja de la moneda, el pago de los
cuarenta guardas diarios que suponían cuatrocientos ducados para lo que se
vendieron 100 fanegas de trigo. la construcción del nuevo lavadero de Mari
Ramos, la aportación a la Corona de los donativos anteriores y la parte
correspondiente del servicio ordinario, otro impuesto, que suponía cada
año 121.653 maravedí y no se habían pagados en el trienio de 1667 al 1668.
La ciudad de Alcalá la Real que
tuvo que hacerse cargo de toda esta administración sufrió una crisis especial
al tener que afrontar las prevenciones y la incidencia de la peste, sobre
todo, en la villa del Castillo de Locubín, que en el camino hacia Granada tenía
dificultades de control del camino de los
forasteros en sus Alamedas como ya previno el prior de los capuchinos en 1680 .
Sin embargo, las medidas preventivas se remontaban al nueve de julio de 1676,
cuando se le noticia del inicio de la peste en Cartagena por el Presidente de
la Chancillería de Granada don Carlos Villamayor Urbano. Con su reverdecimiento
en Cartagena y Crevillente en 1677 y una año después en 1678, se intensificaron
las medidas del cerco y cierre de puertas en Arcos, Tejuela y san Bartolomé,
por las partes más abiertas que eran la Peña Horadada, Capuchinos y Pilarejo. A
finales de este año, los arrieros que comerciaban el pescado con Alcalá y el
trigo alcalaíno en Málaga trajeron nuevas noticias de su contagio en muchas
zonas, entre las que destacaban la capital y la Ajarquía. A esto se añadió la
situación financiera embarazosa de retrasos en los pagos y la morosidad de
muchos labradores, sobre todo, en los impuestos de millones y rentas reales,
que se quejaban ante la ciudad de las medidas de los receptores, como aconteció
a finales del año 1678. Los gastos de veinte guardas a caballo y de las puertas
de los Álamos, Tejuela y san Bartolomé, que recaían en vecinos y trabajadores
elegidos a suerte sobrepasaban los 550 reales diarios, con el fin de impedir la
llegada de vecinos de Málaga y obligar a los transeúntes a la correspondiente
cuarentena. La economía se resentía porque tan sólo se permitía a los
agricultores ir al campo a través del Barranco de Millán y la Cruz de los Moros
o quedarse en los cortijos, prohibiendo cualquier tipo de comercio. Tan sólo,
los molineros y los abastecedores de hortalizas tenían esta única salida y
entrada para comunicarse con la ciudad mediante control. La situación se hizo
bastante tensa hasta el punto que hubo que encarcelar a algunos labradores
que no podían soportar tantos días de inactividad y el propio corregidor
propuso que se les concedieran tres reales por cada noche de guarda que
realizaba para poder sustentar a sus familias. A las circunstancias de la peste
se unía la carestía del pan, acudiendo al Duque de Sesa que les conseguía
salvar la situación con el envío de 600 fanegas desde Baena.
A pesar del cerco de la ciudad y del Castillo de
Locubín, y, tras haber adoptado medidas oportunas en los cortijos y caserías,
habiendo avanzado su contagio a los pueblos cercanos de Illora por
la parte de Granada, a Lucena y Priego por Córdoba y por el norte a
Torredonjimeno y Alcaudete en la provincia de Jaén, también afectó a la
comarca, particularmente al Castillo de Locubín en el 1682. Para ello de nuevo
se cerraron las puertas, se puso una aduana a media legua de la ciudad y se
prohibió el comercio y la salida de sus habitantes, tan sólo en las puertas de
los Álamos y Tejuela mediante registro de dos caballeros y en el portillo del
Cambrón a través del Postigo para los hombres del campo. Tampoco sirvieron las
medidas de restricciones a mesoneros, bodegueros y taberneros impidiendo el
alojamiento de personas sin licencia, ni el que las boticas
dispusieran de las medicinas necesarias, sobre todo la trinca de Toledo, el
control sanitario de las personas viajeras, los 60 guardas de día y de noche ni
la comisión especial para asuntos de urgencia, constituida por varios regidores
y jurados y el corregidor, ni los registros ni la prohibición de ventas y comercio
de ropa, lienzos, paños ni especería.
La población de los doscientos cincuenta
cortijos también se vio afectada con medidas de alojamiento de
mujeres y niños en Alcalá y control exhaustivo de los hombres que tan sólo se
les permitía ira a trabajar o, a lo más residir en los cortijos durante el
contagio, recibiendo el alimento necesario en las puertas de la ciudad para
impedir que metieran el trigo y la cebada entre las ropas. Se
impidió que la población lavara la ropa en el lavadero de la Fuente Rey,
levantándose el de Mari Ramos. El comercio con Motril, Antequera y
algunas ciudades de Málaga contagiadas se cerró; tan sólo se
permitió el abastecimiento con los campos cercanos a través de las puertas de
Cambrón y Cruz de Los Moros. Incluso, algunas medidas llegaron a ser trágicas
como la demolición de las casas y albergues de Frailes y el alojamiento de sus
vecinos a Alcalá por la primavera del año 1680:
o salgan del término por no estar cercadas dichas
casas y es contingente que reciban en dichas algún forastero que venga de parte
contagiosa y que participe con lo que residen en dichas Casas de
Frailes a los vecinos de esta dicha ciudad por tener en ella libre entrada
En el Castillo, en el año 1680, hay avisos por los
forasteros que corren por las alamedas y el ganado caprino se ve afectado por
una peste de zangarriana.
Incluso aplicándose dichas medidas y la proliferación
de grandes rogativas que se hicieron a la patrona santa Ana, Virgen de las
Mercedes, san Roque y san Sebastián en el año 1680, en el Castillo de Locubín,
donde se habían encargado dos regidores locales y los alcaldes ordinarios y
también se había cercado, el alcalde del Castillo Sebastián Pérez de Aranda
anunció en veinte de mayo de 1682 que la peste se había propagado en la villa.
El comisario de la peste don José de Narváez estaba ausente en su cortijo y
hubo que nombrar nuevos comisarios. Pronto se tomaron las medidas sanitarias,
médicas y hacendísticas, cerrando por completo las puertas y cercas de Alcalá
mediante una aduana y unos 36 hombres de guarda y solicitando una provisión
real de más de tres mil ducados para afrontar los gastos. Afectó a más de
noventa y cuatro casas, ciento cincuenta personas tuvieron que curarse de
cuarentena, y murieron unas ciento diez personas. El comercio quedó
completamente paralizado y no se permitió la salida al trabajado en la villa
del Castillo. Como la villa estaba desabastecida de Hospital y servicios
médicos, se invirtieron cuatro mil ducados en un hospital en las Almenillas,
servicios médicos, farmacéuticos y cuatro franceses para quemar los enseres de
los afectados. Además durante los meses de mayo hasta parte de agosto debieron
vivir de las limosnas la mayor parte de la población, y, sobre todo, la parte
jornalera. El efecto de la peste fue enorme simplemente la quema de todo tipo
de enseres, la pérdida de cosechas, la ausencia de comercio y el abandono de
los campos supusieron treinta tres mil reales para aquella villa, a lo que
había que añadir los cuatro mil ducados invertidos por la ciudad de Alcalá la
Real y la limosnas de los vecinos para alimentar a los vecinos durante
este período.
El final de la peste dejó otras huellas importantes,
pues la baja de la moneda de cuatro maravedís a uno y de ocho a dos,
provocó situaciones de desabastecimiento de trigo, No obstante se recompensó a
la ciudad con una feria, que era tradicional entre los comarcanos, donde
se vendía, sobre todo, ganado y había entrado en litigio con la de
Noalejo que se celebraba por las mismas fechas. La importancia económica de
dicha feria consistió en convertirla
perpetua, desde el día doce hasta el veinte
de septiembre de cada año, pagándose alcabalas y demás derechos reales de todo
lo que no es franco y reservado más de que por sí dicha Ciudad en
virtud de privilegios estuviese excepta.
En 1681, se trasladó una gran cantidad de moneda de molino
a la Casa de Moneda para ser fundida en vellón grueso. Sólo en arbitrios 1034
reales.
Francisco Martín Rosales.
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